lunes, 10 de mayo de 2010

El tiempo no pasa en vano

La Pilsen es rica, pero baja rápido. Las casas de Palermo se abren de par en par, ofician de baños públicos, se aseguran futuras monedas de 10 uruguayos vendiendo más cerveza y operan el radio pasillo más indiscreto de todo el carnaval.

Si. Todo eso ocurre en un barrio llamado Palermo. A poco más de 200 kilómetros de charco, unas ocho horas de piquete papelonero y unos cuantos siglos de historia que nunca fue callada, que sigue tomando las calles y que reduce a los poderosos a una grada de madera terciada sujeta por caños.

“¿Los jurados? ¿Qué querés que te diga de los jurados?” los oscuros pómulos de un charrúa de camisa abierta y sonrisa irónica se arquean para demostrarme que el concurso está viciado de quien sabe que. El, mientras tanto, sigue con su propio brebaje, bien sujeto entre dedos que esconden un corto vaso. Los largos no se usan en Latinoamérica, salvo en Argentina.
La fiesta que alguna vez le sirvió a los negros esclavos que trabajaban en las casas de los europeos de la Ciudad Vieja para reencontrarse con sus costumbres y escaparse de la opresión al menos por un rato, hoy es el escape de miles de pibes que bailan con su nena en brazos o miran pasar las comparsas con el pecho inflado.
Porque cuando suena el primer tambor o el calor de algún fuego prendido para calentar los cueros te acaricia la piel, se caen todas las fronteras y los corazones se salen del pecho para bailar con las almas que revolotean entre las guirnaldas.
Las caretas acá se venden y son del Hombre Araña, El Zorro o los Power Ranger. Las canas están a tono con la nieve que por 10 uruguayos arranca sonrisas y no importa si “la carroza de la reina se quedó sin batería y tuvieron que empujarla desde Ejido”, la frontera entre Sur y Palermo, ‘rivales y hermanos’.
El carnaval explota: las banderas acarician a aquel que más grite, las cuerdas de tambores regalan un ratito más a la cuadra más quilombera y las visitas a los improvisados baños son mini asambleas de la ONU. Apretando la vejiga, conocés a una gringa, un chileno o un italiano incrédulo.
Los ratis pasan a cada rato para recordar que somos sudacas pero tienen el ceño fruncido. Saben que la calle no es de ellos. Tampoco es de los ‘patrones’, que aparecen parodiados en las comparsas, ni de la tele que transmite todo como si se sintieran parte.
La calle es de quien quiera bailar. Un sendero perfecto donde se oponen dos veredas y confluyen mil formas de vivir. Una cinta de asfalto que nace como “Isla de Flores” y muere como “Carlos Gardel”. Un escenario de grafitis que gritan verdades minúsculas y silencios ancestrales. Un camino infinito que haya su destino cuando suena la clave.

Ramiro Barreiro
(Publicado en Mavirock de Mayo)


Llamadas_Montevideo

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