martes, 10 de noviembre de 2009

POCO RUIDO Y MUCHISIMAS NUECES

Algo ocurría en el sur de la ciudad y sus componentes más importantes daban cuenta de ello: los colectivos no paraban, el premetro dejó de funcionar mágicamente y las muchedumbres se movían en masa hacia esa única dirección, como movidos por el viento, hacia esa única esquina.

Los alrededores del autódromo, repletos de almas que trataban de ser una en ese montón y que se movían cual yupi en el Microcentro porteño no buscaban negocios sino algún puesto que vendiera cerveza. En ese contexto hubo un visionario que con algunas bolsas de hielo, varios packs de latas y dos tachos levantó un oasis en medio de las residencias temerosas. Ante semejante panorama, poco podían hacer los efectivos policiales para hacer cumplir una ley que nadie reconocía como legítima. Un hecho que bien podría servirle a Habermas para explicar su teoría de rectitud normativa.

La Renga tocaba en el autódromo y los mismos de siempre, esta vez se multiplicaron hasta llegar a más de 120 mil personas que inundaron con sus candentes marchas y cánticos modulados las calles de Villa Lugano y el propio hábitat tuerca.

Son varias las características que unen al rock con el automovilismo pero hay un nombre propio que liga estas dos pasiones e, incluso, al propio trío que –desde ahora- se convertiría en el grupo más convocante del género. Norberto Napolitano nació en el ´50 y murió en el ´05 pero su vida también la vivió dando vueltas con sus queridos Chevrolet en este autódromo y en tantos otros. Sus fallidos intentos de organizar el ya mítico “Fierrock” en el Oscar Alfredo Gálvez no impidieron que quedara inmortalizado y para eso, mucho tiene que ver La Renga.

El concierto ofrecido por el grupo de Mataderos en Huracán el 4 de diciembre de 2004, sería la última aparición pública del Carpo en un escenario grande en el cual –y porque así lo quiso el destino- tocó el célebre éxito de Paul Simon que La Renga reversionó, “Hey hey my my”. Ese que dice que “el rock and roll no morirá jamás”.

A partir de allí, Pappo tiene el primer ticket en cada show de la banda liderada por Chizzo y su presencia se sintió también en el Autódromo dado que él siempre conoció el camino para llegar hasta allí.

Los accesos al campo coincidieron con todo el contexto “post Comañón”: orden y progreso y una vez adentro, la escena era conmovedora y definitoria. Como en el rodaje de la película épica más costosa, un campo de gente se empujaba contra un escenario todavía frío, aunque estos “extras” no estaban allí para matar a un dragón, rescatar a una princesa o lograr la independencia de un país. Estaban para algo mucho más sencillo; tan sencillo como determinante: La Renga sucedía a Los Redondos en el nivel de convocatoria. “Las bandas” habían encontrado un nuevo nido.

El show fue incómodo. Por el sonido, los pogos y la lejanía con la que debía verse el escenario pero la misión estaba cumplida. Con el correr de los años, los fanáticos tomarían lista a cada rockero que se preciara de tal así como lo hicieron con el show de Seru Girán y/o Sui Generis en River, los Redondos en Huracán o Soda Stereo en la 9 de julio aunque los de Cerati no serían tan bien recordados durante esta jornada.

Al trío pop estarían dedicados todos los cantitos hirientes de la tarde noche y la bronca sería tal que hasta la policía pasaría desapercibida. Deseos de muerte a Cerati y goces por la numerosa presencia de público en este show que tuvo escasa publicidad en los medios, serían la moneda corriente emanada de cada garganta. A tal punto que hasta el propio Chizzo se haría eco de tal manifestación.

Lo cierto es que este verdadero “power trío” demostró su potencia a cuentagotas, habida cuenta de los problemas técnicos que atentaron contra el sonido pero dejaron en claro que para cuando lleguen esos deslices tienen un verdadero coro que no es de ángeles si tenemos en cuenta los insultos que, escoba en mano, propinaron las dueñas de las casas aledañas cuando llegó la hora de la masiva desconcentración.

Ramiro Barreiro

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