martes, 10 de noviembre de 2009

Si, ya estoy en el cielo

Volaban los 90 en Buenos Aires y en mis auriculares sonaba una basura que no parecía grandiosa ni era toda igual. Si Buenos Aires volaba, Cemento era sin duda su hangar. Las Pelotas tocaban cada quince días y el ritual lo cumplíamos como hijos de padres separados: a fin de cuentas lo éramos.

A Mollo y Arnedo los veíamos más espaciados y en lugares más grandes, menos misteriosos.

La noche que les voy a contar, fui a verlos con mi novia de aquellos años y un porro. Sería su primer vuelo de marihuana y el hangar estaba lo más sucio posible. No lo olvidaría jamás.
La previa extensa como siempre, estaba ensañada con el día siguiente y sería más tediosa que lo acostumbrado y el porro apareció como la forma más preciosa para pasar el tiempo.

Lo prendo y me quedo un rato con él, antes de pasárselo a mi novia. Pero un fantasma de Cemento apareció en escena: una travesti desalineado me pide una ceca y le convido.
Nos ponemos a charlar de Las Pelotas y de todos los temas que se cuelan en el medio mientras mi novia presencia la escena. Me cuenta que siente los mismos sentimientos que yo al escuchar Máscaras de sal o Peces y reímos como dos mejorados, estancados, maquillados con barro.
Me hablaba de su elección, descubrí que hasta Blancanieves se casó de apuro y el porro seguía consumiéndose. Faltaba poco para que empiecen a exprimirse los cuerpos y ninguno temía lo que ocurriera mañana.
¡Mo-vete! Ya estábamos en el cielo y me acordé de convidarle a mi novia. Aceptó medio de mala gana y saltamos, los 3, el resto de la noche.

El bocha apareció en los momentos indicados, en esos momentos donde la música y su lírica se abren paso para que entre esas voces únicas, irrepetibles. Como boxeadores pesados que sólo llevan marcas de guerra, no de combates. Que atraviesan el camino que distancia al ring de los vestuarios con el ceño fruncido y una sonrisa de punta que augura una victoria. Atemorizan con sólo hacerse presentes. Así era el bocha.

Con estilo, hasta para tocar una pandereta cuando debía esperar en el banco que el pelado despunte un vicio por ambos adquirido: el de cantar.
Cara de loco, ¿Sólo cara? Distinguido en la locura colectiva, preso de su locura individual.
El tucán ya no volaba en Cemento, quedaron los halcones y la noche se fue entre los gritos del bocha y cuando la presión de mi novia perdía ante la externa.
Años más tarde, Las Pelotas dirían Basta! Mi novia y yo también. Ellos cantarían:

el tiempo se vuelve un cuento
¿Dónde estabas cuando estabas
cruzándote en el viento?

Yo les agradecería por esa noche, donde llegué a verme en mi cielo.

Ramiro Barreiro

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